La útima película de Banderas como director se situa en un verano setentero en Málaga, exactamente en la vida de un tal Miguelito, al que que acaban de extirparle un riñón y en su variopinto grupo de amiguetes y chusma en general.
Que la voz taladrante, agobiante, cansina, monótona y bla bla bla de Fran Perea sea la del narrador de turno no ha sido una buena señal de lo que se avecinaba. Película que pretende ser intimista, cotidiana y experimental pero que acaba siendo una piedratocho infumable con personajes mal estructurados, una narración irregular y una fotografía que pretende ser oniríca y alejada de la comercialidad y da sensación de ser una chapuzada. Tiene algún momento risible pero en general la película es mala hasta decir basta. De un guión tan malo no podía salir algo mejor, eso está claro.
En fin, cuando alguien arriesga tiene dos posibilidades: O salir victorioso y meterse al público en el bolsillo o parecer un petardo pretencioso y provocar que el público se sienta timado. Viendo esta película, yo me he sentido en todo momento del segundo grupo.
No veo la razón de ser un narrador soltando palabrería barata, ni un personaje principal que sólo sabe decir dos frases de La Divina Comedia (el tío de documentación se declaró en huelga ¿no?) ni esos malditos planos blancos que daban ganas de vomitar.
Suerte que no tengo que pagar por ir al cine, hubiese salido más enfadada si cabe.
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