En 1939, Jimbo (como le llamaba su padre) llevaba un ritmo frenético por aquel entonces: entre películas, intentonas por Broadway y clases interpretativas, parecía que tenía la capacidad de multiplicarse y su nombre comenzaba a figurar entre las grandes estrellas de Hollywood.
Su porte varonil pero vulnerable, la suavidad con la que hablaba, la aparente fragilidad y ternura que emanaba... gustaba tanto a público como directores, y dió en el blanco cuando aceptó ponerse en la piel del acérrimo defensor de la democracia Jefferson Smith, uno de los personajes más involuntariamente carismáticos que ha logrado el séptimo arte.
Para trasmitir convicción, James Stewart (que fue la segunda opción, por detrás de Gary Cooper) no dudó en aclarar su garganta con bicloruro de mercurio (y hacer todo lo posible para aprenderse los diálogos, ya que siempre fue muy poco hábil memorizando).
Para trasmitir convicción, James Stewart (que fue la segunda opción, por detrás de Gary Cooper) no dudó en aclarar su garganta con bicloruro de mercurio (y hacer todo lo posible para aprenderse los diálogos, ya que siempre fue muy poco hábil memorizando).