Earl Brooks es un reputado hombre de negocios y un buen padre de familia. Tan sólo tiene un pequeño problema: le encanta matar de vez en cuando.
Pero todo da un giro inesperado cuando es visto cometiendo su último asesinato por un vecino de las víctimas.
Buena historia sobre la mente de un asesino en serie.
Kevin Costner está en el mejor papel que ha hecho, contando, eso sí, con el imprescindible soporte de William Hurt. Ambos son las dos caras de una misma moneda, y ambos se entrelezan con soltura y una impensable credibilidad.
A nivel argumental, las subtramas de los personajes son impecables (el guionista de la cinta se ha ganado que le suban un poquito el sueldo después de la huelga). El collage resultante dentro de esta peculiar psycokiller movie rebosa frescura.
Me ha encantado ver el modus operandi de Brooks, tan métodico, tan sin escrúpulos pero muy selectivo por esas leyes propias que reinan en su mente.
A diferencia de la mayoría de películas del estilo, en esta te plantean un personaje contenido y torturado que no sabe dominar sus propios demonios, con las consecuencias que traen consigo sus actos.
Lo único que resulta algo forzado es el final, pero todo lo demás será como un elegante viaje a las miserias profundas de un hombre que lo tiene todo. O casi.
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