7 de enero de 2008

Tideland

En Tideland todo se ve desde los ojos de una niña de entorno desestructurado que literalmente sobrevive gracias a su imaginación.

Jeliza-Rose, la pequeña protagonista, se ha creado un universo de cabezas de Barbie parlanchinas, con su particular príncipe encantador y una aventura de la que más que jueces, deberíamos ser espectadores.

La crudeza del metraje reside en la delgada línea entre la ficción y la realidad y, sobre todo, aquello que la niña asume con total normalidad en su vida cotidiana.

A su favor, un fabuloso mundo onírico y plástico como los trigales que simulan ser mareas, los tiburones de metal o la destartalada casa a la que se mudan la pequeña y su padre, en la que en una escena se puede hasta bucear.

Impresionante también es la niña que lleva todo el peso de la película (Jodelle Foderland), que con pasmosa naturalidad irá desgranando la historia y zambullendo al espectador en un universo al que no todo el mundo puede ni debe entrar. Es un universo de paranoia, caos... y de lectura libre.



No entiendo que en su momento hubiese tanto revuelo con la última película de Terry Gilliam.
Puede que sus comentarios (que venían a decir que si no comprendías su película eras un lerdo) o alguna de las sutilezas que se marca durante del metraje no sean aptas para todos los estómagos, pero aquella losa que le pusieron me parece totalmente descabellada.

Hay que reconocer que Tideland tiene una trama arriesgada y poco convencional, alejada de los argumentos a los que estamos acostumbrados, pero en todo momento nos recordará a cuentos infantiles clásicos, como Alicia en el País de las Maravillas o El Mago de Oz (salvando las distancias, claro).
En esta obra Gilliam nos traslada de nuevo a su mente, a sus fobias y sus sueños de forma brutal, cruel y buscando en todo en momento tnuestro punto débil. Es, en definitiva, una película coherente en su carrera, confraternizada directamente con Brazil, El Rey Pescador o Miedo y Asco en Las Vegas.

Me da bastante rabia que hayan maltratado tanto a esta película, cuando en un abrir y cerrar de ojos ya se ha empezado a copiar su estética tanto en anuncios como en películas.
Eso en la Vil·la del Pingüí lo llamamos hipocresía.



El tiempo pone a cada película donde le corresponde, y no creo que a esta la etiqueta de película maldita le dure eternamente.

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