Érase una vez un musculator belga que cruzó el charco en busca de una oportunidad y con un fondo de armario similar al de Don Johnson empezó a dejarse ver en fiestecillas de tres al cuarto con la esperanza de encontrar a algún cazatalentos para suplicarle una oportunidad. Reconozcamos que el chaval (en esa época) tenía un buen físico, una sonrisa profident y cierta habilidad para venderse. Así que al cabo de un tiempo (y de bastante insistencia) consiguió la oportunidad, incluso cosechó éxito (y cierto nombre) en el género de la hostiaza y la torta limpia. ¿Con ello que llegó? Pues los 30 y largos, las drogas y su ocaso.
Algunos se retiran, otros estiran la carrera como si fuera una chicle y él (que para eso tiene el honor de ser uno de los actores que tiene menos diálogos de la historia) se calza un falso documental sobre su decadencia, su carrera (haciendo a estas alturas auténticos bodrios de mierda) y como hasta su propia hija siente vergüenza de él (nota mental: si realmente fuera su hija, habría que hostiarla, tener a Jean Claude de padre ha sido el sueño de una generación....)
Documental cargado de buenas intenciones, incluso Jean Claude acaricia el drama con cierta dignidad. Las escenas del rodaje de su última película o de su reflexión de la vida son realmente conmovedoras. Me sobra la historia del robo y el final, pero eso no mancha el conjunto de la película.
Volveré con El fantasma del paraíso y Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos. ¡Saludos cinéfilos!
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